En la medicina moderna existen avances que parecen ciencia ficción, pero ninguno despierta tanta fascinación —y preocupación— como la búsqueda por cultivar sangre Rh nulo.

Se trata del tipo sanguíneo más raro conocido, un rasgo genético presente en solo unas decenas de personas en todo el planeta. Para quienes lo tienen, cualquier urgencia médica puede convertirse en una carrera contra el tiempo: prácticamente no hay donantes compatibles y, en la mayoría de los casos, la única sangre disponible es la que ellos mismos hayan podido almacenar con anticipación.

Esa fragilidad, sin embargo, convive con un enorme valor científico. La ausencia total de antígenos Rh convierte a esta sangre en una pieza codiciada para la investigación y la transfusión. Su capacidad de compatibilidad con múltiples tipos sanguíneos la ha llevado a ser llamada “sangre dorada”, un recurso que, en teoría, podría utilizarse incluso en situaciones donde el equipo médico desconoce el grupo sanguíneo del paciente.

Detrás de esta singularidad está el complejo universo de los marcadores que cubren cada glóbulo rojo. El sistema ABO y el factor Rh son solo una parte visible de un panorama gigantesco: a finales de 2024 se habían identificado 47 sistemas de grupos sanguíneos y más de 360 antígenos distintos. Cada uno puede despertar una reacción inmunitaria, lo que explica por qué incluso una donación de sangre O negativo —considerada universal— no siempre es segura para todos los pacientes.

Ahí es donde la sangre Rh nulo adquiere un valor excepcional. Para que un organismo reaccione a una transfusión, debe reconocer algún antígeno extraño. Pero quienes poseen este tipo sanguíneo carecen por completo de los más de 50 antígenos del sistema Rh. Esa “ausencia total”, rarísima en la naturaleza, permite que su sangre sea compatible con todos los perfiles Rh conocidos, algo extremadamente útil para médicos y científicos.

Comprender por qué ocurre esta anomalía ha permitido nuevos avances. Investigaciones recientes apuntan a mutaciones que alteran la proteína RHAG, un componente esencial para que otros antígenos Rh puedan expresarse en la superficie celular. Cuando esa proteína no funciona correctamente, toda la familia de antígenos queda fuera de juego.

A partir de esa clave molecular, un equipo de la Universidad de Bristol logró en 2018 recrear sangre Rh nulo en laboratorio. Partieron de células inmaduras de glóbulos rojos y, mediante la técnica CRISPR-Cas9, eliminaron los genes asociados a varios sistemas sanguíneos que suelen generar incompatibilidades. El resultado fue una célula prácticamente “invisible” para el sistema inmune, sin antígenos ABO, Rh, Kell, Duffy ni GPB. En términos prácticos, una célula ultracompatible.

El avance abrió una puerta inédita: la posibilidad de fabricar sangre rara bajo demanda. Pero no está exento de controversia. La edición genética continúa sujeta a regulaciones estrictas en gran parte del mundo, y cualquier material desarrollado con estas técnicas debe superar extensos ensayos clínicos antes de ser considerado seguro.

Por ahora, el trabajo continúa desde varios frentes. El biólogo Ash Toye, uno de los pioneros en esta investigación, cofundó Scarlet Therapeutics, una empresa que recolecta muestras de personas con tipos sanguíneos raros para convertirlas en líneas celulares capaces de producir glóbulos rojos indefinidamente. La idea es formar bancos de sangre únicos para pacientes que dependen de tipos extremadamente escasos, sin que la disponibilidad dependa de la suerte genética de unos pocos donantes.

Además de Bristol, otros grupos avanzan por rutas similares. En Estados Unidos, el equipo del inmunólogo Gregory Denomme utilizó células madre pluripotentes inducidas para generar versiones personalizadas de tipos sanguíneos raros, incluido el Rh nulo. En Canadá, investigadores de la Universidad Laval partieron de células madre sanguíneas de donantes A positivo y, mediante edición genética, las transformaron en células O Rh nulo. Y en Barcelona, un grupo científico logró convertir sangre Rh nulo de tipo A en tipo O siguiendo el mismo principio.

Pero todos estos pasos enfrentan un obstáculo mayor: las células madre no siempre completan su maduración hasta convertirse en glóbulos rojos plenamente funcionales. En el cuerpo humano, este proceso ocurre dentro de la médula ósea, un ambiente biológico extremadamente sofisticado que ningún laboratorio ha conseguido replicar del todo. A esto se suma que eliminar antígenos puede alterar la estabilidad de las membranas celulares o disminuir la eficiencia del cultivo, dificultando la producción a gran escala.

Mientras estos problemas se resuelven, avanza un ensayo clínico histórico llamado RESTORE. En él, científicos administran a voluntarios glóbulos rojos cultivados en laboratorio a partir de células madre —sin modificación genética— para evaluar su seguridad. La investigación tomó una década antes de llegar a la fase de pruebas en humanos.

Los especialistas coinciden en algo: las donaciones tradicionales seguirán siendo insustituibles durante mucho tiempo, tanto por su eficacia como por su bajo costo. Sin embargo, para las personas que viven con un tipo sanguíneo casi inexistente, la posibilidad de cultivar sangre en laboratorio representa algo más que un avance científico: podría ser la diferencia entre tener una oportunidad de sobrevivir o no tener ninguna.