OPINIÓN | Sobre el libro “El Golpe 28J”. La Biblia según Mel
La educación hondureña está de fiesta: por fin llega a las aulas El Golpe 28J, una joya de la autoayuda política disfrazada de testimonio histórico. El autor, nada menos que José Manuel Zelaya Rosales, se presenta como un Cristo tropical cargando la cruz de la democracia, mientras todos los demás personajes de la historia—oligarcas, militares, el imperio yanqui, y probablemente el repartidor de pupusas—conspiran en su contra.
El texto, destinado a la llamada “cátedra morazánica” (una asignatura que, al parecer, consiste en sustituir a Morazán con Mel en el altar de los próceres), promete ser una herramienta pedagógica. Pero no teman: ningún estudiante saldrá educado, aunque puede que alguno salga iluminado… por la llama del culto a la personalidad.
Desde su estructura minimalista —es decir, sin una miserable nota al pie, sin fuentes, sin bibliografía ni pudor— el libro se erige como un monumento al monólogo narcisista. Mel no necesita diálogo con la realidad: él es la realidad. El pasado, presente y futuro de Honduras se filtra por su pluma como si el país entero fuera una extensión de su sombrero vaquero.
Uno podría pensar que, al menos, habría un atisbo de autocrítica. Pero no. Ni una sombra de duda enturbia la figura del héroe trágico. Zelaya describe con pasión sus enemigos (tantos que uno necesita un organigrama), pero guarda un silencio sepulcral sobre sus propios errores, improvisaciones y amistades con caudillos petroleros. Mencionar la Cuarta Urna es casi un tabú; analizarla críticamente, un sacrilegio. ¿Desgaste institucional? ¿Ruptura con el Partido Liberal? Bah, detalles para burócratas.
El libro transforma el golpe de Estado en un cómic moral: Zelaya, el elegido; sus enemigos, villanos de opereta. Todo el matiz político que podría haber alimentado un debate serio es aplastado por la necesidad de canonizar al autor. No hay democracia que sobreviva a tanta santificación.
Y claro, no podía faltar el uso creativo de los grandes conceptos: “pueblo”, “imperio”, “oligarquía”. Zelaya los lanza como quien sacude una piñata: sin definir nada, pero con muchas ganas de ver qué cae. Por momentos el “pueblo” es un bloque monolítico, revolucionario y puro; en otros, está conformado por los mismos sectores que celebraron su caída. Pero no importa. Las contradicciones son parte del realismo mágico… o del guion.
¿Y la pedagogía? Bueno, si por “educar” entendemos repetir slogans, ensalzar al mártir-in-chief y pasar por alto la complejidad institucional del 2009, entonces sí, el libro es un éxito rotundo. Pero si la educación busca fomentar pensamiento crítico, análisis histórico o la capacidad de disentir, entonces mejor le damos el libro a los estudiantes como ejemplo de lo que no se debe hacer con la memoria colectiva.
La cereza del pastel es la pretensión de inscribir este relato en la tradición morazánica, como si Francisco Morazán y José Manuel Zelaya jugaran en la misma liga histórica. Pero mientras Morazán soñó con repúblicas, Mel sueña con escenarios y micrófonos. Uno luchó por instituciones; el otro por hashtags.
Y, para cerrar esta nota no carente de ironía afirmo que El Golpe 28J tiene el valor documental de un panfleto bien encuadernado. Como testimonio, ofrece material para el psicoanálisis. Como texto escolar, debería venir con advertencia de contenido ideológico y un set de textos serios que lo contradigan. Porque, concluyamos, si los jóvenes van a leer historia, que sea para pensar, no para rezar.