¿Qué probabilidades tiene Rixi Moncada de ganar las elecciones? Esa fue la pregunta que me hicieron anoche en una cena. Era directa, sencilla, sin vueltas. Y me dejó en silencio por un momento. No porque no tuviera una opinión, sino porque me pareció injusto responder solo desde la intuición o desde las burbujas en las que todos vivimos. Lo que yo crea depende, en buena medida, de los medios que consumo, de mi entorno inmediato, de los sesgos que no siempre reconozco. Para responder bien, me dije, es mejor usar datos.

Alguien en la misma mesa mencionó un estudio de Eurasia Group basado en el modelo de IPSOS. Un cuadro que relaciona el nivel de aprobación de un gobierno seis meses antes de la elección con la probabilidad de que su sucesor gane. Una especie de termómetro global para medir transiciones democráticas. Según ese modelo, si un gobierno llega con menos del 40 % de aprobación, su sucesor tiene menos de un 6 % de probabilidades de ser electo. Es lo que llaman una “elección de cambio”: el momento en que el humor social cambia de signo y el castigo se vuelve inevitable.

Entonces me hice otra pregunta: ¿cuál es hoy el nivel real de aprobación del gobierno de Xiomara Castro? Porque de eso depende la probabilidad de que Rixi Moncada, su candidata, tenga posibilidades reales.

Acá es donde entran las encuestas. No todas valen lo mismo. Algunas son ejercicios serios de medición en campo; otras, mecanismos de propaganda disfrazada de opinión. Una de las más citadas por el oficialismo es el llamado ranking Mitofsky, que colocó a la presidenta con un 55 % de aprobación, entre los diez mandatarios mejor evaluados del mundo. El dato fue presentado sin ficha técnica, sin desglose de muestra, sin aclaración metodológica. Es una medición digital, sin muestreo representativo, que no se aplica presencialmente en Honduras. En resumen: no es una encuesta confiable. Es una herramienta de percepción regional, útil para titulares, pero insuficiente para el análisis electoral.

Desde febrero, ese 55 % ha sido publicado y republicado en momentos clave, casi siempre como respuesta simbólica a encuestas que muestran desgaste. No hay forma técnica de sostenerlo. Y lo más grave: desde entonces no ha aparecido un solo dato nuevo que lo respalde. Nada que no provenga de las mismas plataformas de propaganda oficial.

En cambio, los estudios realizados en mayo por encuestadoras serias como ERIC-SJ, Paradigma y Expedition Strategies coinciden en otra cosa: el gobierno no alcanza el 40 % de aprobación, y Libre está en una posición críticamente rezagada.

El sondeo de ERIC-SJ, aplicado entre el 17 y el 28 de marzo, le otorga al gobierno una nota promedio de 4.13 sobre 10. Una calificación reprobada. El 37 % de la población cree que la imagen presidencial ha empeorado. Paradigma, en su estudio #109, sitúa a Libre en tercer lugar en intención de voto, con apenas 11.3 %, por debajo del Partido Nacional (25.6 %) y del Partido Liberal, representado por Salvador Nasralla (21.2 %). Expedition Strategies, en una medición simultánea, mejora levemente esa cifra para Libre (16 %), pero confirma la tendencia. Más de un tercio del electorado sigue indeciso, lo cual no es necesariamente una buena noticia para el oficialismo. En escenarios de desgaste, los indecisos no se movilizan para sostener el poder: se movilizan para sustituirlo.

Hoy es 25 de junio. Y no ha aparecido ninguna encuesta nueva que modifique ese panorama. Al contrario, los hechos recientes parecen reforzarlo: los escándalos por corrupción en el Congreso Nacional, el caso SEDESOL, la persecución a la prensa y las fracturas internas han continuado erosionando la imagen del gobierno. En el mejor de los casos, los datos de mayo se mantienen; en el peor, han empeorado.

Si usamos entonces la herramienta de Eurasia Group y la cruzamos con la realidad hondureña, el resultado es claro: el gobierno no alcanza el 40 % de aprobación, y por lo tanto Rixi Moncada tiene menos de un 6 % de probabilidad de ser electa. No por falta de méritos personales, sino porque arrastra el peso de una administración desgastada.

En eso consiste, precisamente, el costo de la continuidad. No hay candidata que pueda escapar del humor social que recae sobre quien detenta el poder. El modelo de IPSOS no lo dice como sentencia, pero lo sugiere como regularidad: en contextos democráticos, el voto se comporta como un juicio. Y el veredicto no lo da la militancia, sino el electorado general.

El caso de Rixi es particularmente elocuente. Como lo escribimos hace unas semanas en ICN Digital, se mueve como una figura encapsulada, rodeada de adulaciones internas, pero desconectada del humor colectivo. No encarna una ruptura, sino una extensión del gobierno actual. Y eso, en un contexto de desaprobación sostenida, es un lastre electoral.

Entonces, volviendo a la pregunta de la mesa de anoche: ¿puede ganar Rixi Moncada las próximas elecciones? Si atendemos a los datos confiables, la respuesta es no. No mientras el gobierno no revierta su imagen pública. No mientras no haya un giro real en la percepción ciudadana. No mientras la narrativa oficial continúe aferrándose a espejismos estadísticos en lugar de enfrentar la realidad con honestidad.

Y lo más difícil de todo es que ese giro, a seis meses de las elecciones, ya no parece viable. No solo por el tiempo limitado con que cuentan, sino porque el deterioro es estructural. Un gobierno no puede revertir su percepción con campañas de redes ni con anuncios improvisados, por mucho dinero que ahora pongan en los medios de comunicación para levantar la imagen de la candidata y el gobierno. Se necesita reconstruir confianza, y eso no ocurre en meses. Implica una corrección de rumbo, una señal de ruptura, una limpieza visible en las filas del poder. Y hoy, lo que se observa, es lo contrario: continuidad de los rostros, blindaje a los errores, negación del problema.

La ventaja de los datos es que no gritan, no insultan, no se fanatizan. Solo dicen lo que ven. Lo difícil es tener el coraje de mirarlos de frente.