A veces la verdad no tiene micrófono. No convoca cámaras ni se rodea de asesores. A veces, simplemente aparece, sin pedir permiso, sostenida apenas por la terquedad de quien decide seguirla, aunque duela, aunque asuste. Y cuando eso ocurre, cuando se publica lo que se quiso mantener oculto, el poder reacciona como sabe: con ruido.

Desde ICN publicamos esta semana una investigación que revela pagos mensuales de 175,000 lempiras hechos por el Congreso Nacional a Carlos Zelaya Rosales, cuñado de la presidenta, entre enero y mayo de este año. Pagos realizados mucho después de su renuncia oficial en septiembre del año pasado. Que se siguen haciendo, de nuestro dinero, sin una justificación. Lo hicimos como se debe hacer este trabajo: con rigor, con cuidado, con la responsabilidad de un medio que sabe que su nombre lo es todo, que reconoce la obligación histórica de señalar el uso de los recursos que no pertenecen al gobierno, sino al pueblo.

No recibimos una respuesta del Congreso Nacional. Recibimos una acusación grave.

Desde el atril oficial se nos llamó fabricantes de mentiras, algo que tomamos muy en serio. Se afirmó, sin mostrar un solo documento, que los archivos que publicamos son falsos. Repito: no se ha presentado un solo documento que muestre que mentimos. Se intenta sembrar la duda sin una sola prueba, como quien sopla sobre una llama para apagarla y olvida que, a veces, ese soplo la enciende más.

Nosotros no respondemos con ruido. Respondemos con hechos.

Los documentos que publicamos existen. Fueron contrastados, investigados y verificados. No llegaron a nuestras manos por azar ni se difundieron sin contexto. No basta decir, desde el poder, que algo es falso para que lo sea. Por mucho dinero que se disponga para ocultarla, la verdad siempre sale a la luz. Quien acusa debe probar. Y hasta ahora, no han mostrado un solo estado de cuenta, una sola ejecución presupuestaria, una constancia que explique o niegue lo que publicamos. ¿Continúa el Congreso Nacional pagando un sueldo mensual de 175,000 lempiras a Carlos Zelaya Rosales? Esa es la pregunta que el Congreso Nacional no ha respondido. Y la respuesta está en sus estados financieros, no en sus acusaciones.

El silencio del fondo, detrás del bullicio mediático que crearon esta semana, es elocuente. No han podido desmentir lo esencial: que esos pagos se hicieron. Y que nadie ha explicado por qué.

Pero este texto no es para responder a quienes mienten con la maquinaria y el poder que les da el dinero público. Es para quienes hacen preguntas con nombre y rostro. Para los que sienten que, en este país, decir la verdad puede costar caro. Para los periodistas jóvenes que apenas empiezan y ya conocen el filo de la intimidación. Para los veteranos que han visto caer medios, colegas, esperanzas. Para quienes alguna vez dudan si vale la pena seguir. Vale. Siempre vale.

Porque preguntar no es atacar. Preguntar es cuidar lo colectivo. Es velar por los otros, por los que no tienen voz. Es recordar que el poder no se sostiene solo por el mandato de las urnas, sino por la vigilancia de quienes lo observan. Un periodista no busca gloria. Busca respuestas. Y a veces, cuando no las hay, toca dejar la pregunta en el aire como una herida abierta.

Publicar una verdad incómoda no es una ofensa. No es traición a la patria. Es una necesidad. Es un ejercicio democrático. Y defender esa verdad no es arrogancia. Es ética. Es dignidad.

Los periodistas hondureños no necesitamos amenazas. No necesitamos disculpas. Necesitamos documentos. Necesitamos respuestas. Necesitamos transparencia. Porque cuando el gobierno acusa a quienes preguntan, cuando intimidan a los que cuidan nuestros recursos —que nos pertenece a todos —, es el gobierno quien está en deuda con el pueblo.

Este día del periodista, mientras algunos leen discursos con palabras vacías en honor a una profesión que buscan domar, como se doma a un animal silvestre que saben demasiado poderoso para dejar libre, nosotros seguiremos escribiendo con palabras verdaderas. No habrá celebración para nosotros. Habrá más trabajo.

El periodismo no vive de premios ni de reconocimientos. Vive de preguntas bien hechas y de verdades bien contadas. Vive de resistir cuando otros callan. De seguir cuando otros retroceden. De cuidar lo que a otros les incomoda ver.

La verdad no siempre tiene defensores, pero siempre tiene consecuencias. Y aunque nos digan que no miremos, miraremos. Y aunque nos digan que callemos, escribiremos. Y aunque nos digan que paremos, seguiremos. Porque hay algo más fuerte que el miedo. Más fuerte que las amenazas. Más fuerte que una campaña de descrédito: la certeza de estar haciendo lo correcto.

La verdad, hoy, está en ICN. Y en cada periodista que elige la dignidad sobre el silencio. Sin miedo. Seguiremos investigando hasta que la verdad se haga costumbre.