OPINIÓN | El Gobierno que promete, la empresa que reclama y el pueblo que sobrevive
Tegucigalpa, Honduras. El Día del Trabajador no es una postal roja para la historia, es una alarma. Y este año volvió a sonar fuerte, aunque algunos sigan dormidos. Total, es feriado.
Este 1 de Mayo se dividió en tres narrativas que, históricamente, no se escuchan entre sí: la del gobierno, la de la empresa privada y la del pueblo que madrugó con mantas, tambores y demandas. Cada quien habló, cada quien marchó, unos con discursos, otros con pasos, pero ninguno logró decirle al otro lo que realmente necesitaba oír.
Desde el gobierno, la narrativa fue tan clara como reincidente: revolución. Ricardo Salgado, con su sello discursivo ya conocido, publicó un video donde la clase trabajadora es elevada a vanguardia histórica, como si con evocarla bastara para redimirla.
“Soy yo la que me levanto cada madrugada para mover la economía de Honduras; soy yo la que sí paga impuestos; soy yo la que conquistó mis derechos y que sigue luchando para alcanzar la verdadera revolución de mi patria; soy yo, tu fuerza de trabajo, la que a diario construyo con mis manos la patria que necesitamos; sí, soy yo, la trabajadora en revolución”, dice la narradora del video.
Un monólogo fuerte, emocional, con fondo ideológico y sin lugar para la autocrítica.
Porque sí, se reconoce a la trabajadora en lucha, pero no se dice si el gobierno le ha resuelto sus batallas cotidianas: ni la deuda docente, ni los contratos médicos vencidos, ni las plazas prometidas… todo eso de lo que habló la presidente Xiomara Castro en su mensaje del 1 de Mayo, pero que más pareció un recuento de los daños y de los años, pues no se concentró en las consignas presentes que su pueblo clama.
Volvió a recurrir a su mirada de retrovisor, enumerando las deudas de los 12 años y siete meses de narcodictadura. “Su esfuerzo no es invisible”, dijo, mientras invisibilizaba a un amplio sector de la población que forma parte de las estadísticas de subempleo y desempleo.
Durante todo el día, repitió y forzó en reiteradas ocasiones la Cadena Nacional como si algo bueno había en ella. ¡Vaya, ese sí es trabajo forzado!
Desde la empresa privada aunada en el Cohep, la respuesta fue otra, menos poética, más técnica.
Anabel Gallardo usó el 1 de Mayo para reclamar algo que debería ser básico: empleo. “Sin empleo no hay futuro”, dijo. ¡Y tiene razón! El problema es que su discurso, aunque correcto, suena a reclamo corporativo.
Exigen reglas claras y seguridad jurídica. Pero, ¿y el salario digno? La empresa privada habla de futuro, pero también debe hablar del presente que ofrece hoy a sus empleados. Aboga, nuevamente, por un pacto nacional, solo que en el Gobierno no se escucha, padre…
Y después está el pueblo. El verdadero protagonista del Día del Trabajador no necesita notas de prensa ni discursos institucionales.
Estuvo ahí: sobre el asfalto, entre consignas de lona y piñatas con rostro de funcionarios que no funcionan. Resumiendo con ingenio sus necesidades olvidadas ante autoridades desmemoriadas que fabrican luchas efímeras y ajenas, y se conforman con reinvindicaciones ficticias.
STIBYS, que hace apenas unos meses salió victorioso de una lucha laboral, recordó que lleva en esta faena desde 1954.
Derecho que no se defiende, derecho que se pierde
Los del Sindicato de Trabajadores de la Educación Básica de Honduras (Sintradebah) exigieron lo que ya deberían tener: pagos. Llamaron a sus compañeros docentes afiliados y no afiliados a estar atentos en los próximos días, porque: “derecho que no se defiende, derecho que se pierde”.
Unos acusaron al secretario de Energía de mentir, colocando consignas a lo Arjona: “El problema no es la ENEE, el problema es usted” (por favor, leerse cantado).
Otros pintaron la carretera, otros alzaron banderas. Pero todos tenían algo en común: el grito de auxilio ante un sistema laboral que no funciona.
Tres sectores, tres perspectivas, una misma realidad.
Lo que este 1 de Mayo nos deja claro es que no basta con discursos, ni pancartas, ni hashtags. Honduras necesita una conversación real, incómoda pero urgente, entre el Gobierno que promete, la empresa que reclama y el pueblo que sobrevive. Porque no se trata de quién tiene la mejor consigna, sino de quién está dispuesto a ceder algo por el bien común. Y, de momento, ninguno lo ha hecho.
¿O acaso la historia nos va a seguir encontrando cada año en trincheras distintas, con los oídos cerrados y las manos vacías?
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