OPINIÓN | Los padrinos del liberalismo hondureño
por Oscar Estrada |

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En Honduras, la política nunca es solo política. Es una serie de círculos concéntricos de poder, lealtades e intrigas que se entretejen en una telaraña de apellidos ilustres, estructuras familiares y pactos de conveniencia. El Partido Liberal, alguna vez el gran contendiente del bipartidismo, se encuentra en una encrucijada histórica, atrapado entre su pasado y un presente que se le escapa de las manos. Sus liderazgos emergentes no son tan nuevos como parecen, ni sus propuestas tan distintas. En su batalla interna por la candidatura presidencial, cada movimiento tiene un padrino, una sombra que lo respalda, un apellido que, aunque no figure en la papeleta, define el curso de la contienda.
En política, los padrinazgos rara vez son gratuitos. Hay estructuras que se heredan, redes que se activan cuando es necesario, fortunas que se ponen en juego en los momentos críticos. Yani Rosenthal, Carlos Flores Facussé, Roberto Micheletti y Manuel Zelaya Rosales no son meros espectadores de esta contienda; son los titiriteros detrás del telón, los arquitectos de un sistema que, con nuevos nombres, sigue funcionando bajo las mismas reglas de siempre.

Jorge Cálix: el hijo político de Yani Rosenthal
Si hay una candidatura que puede presumir de estructura, esa es la de Jorge Cálix. El joven político, que en su momento fue un rebelde dentro de Libre, ha logrado en pocos meses lo que parecía imposible: posicionarse como el favorito dentro de un partido al que no pertenecía hasta hace poco. Pero su ascenso no ha sido espontáneo, ni se explica solo por su carisma o su estrategia. Su verdadera fortaleza es el respaldo de Yani Rosenthal, el hombre que, a pesar de haber perdido las elecciones de 2021, sigue controlando el Partido Liberal como si fuera su empresa familiar.
Rosenthal, empresario y exconvicto en Estados Unidos por lavado de dinero ligado al narcotráfico, ha tejido una red de lealtades que trasciende su propia candidatura fallida. Su apoyo a Cálix no es solo una apuesta estratégica; es una forma de mantener el control sobre las estructuras partidarias sin exponerse directamente. La mayoría de los diputados que apoyan a Cálix han sido elegidos en repetidas ocasiones bajo la influencia de Rosenthal. Conocen el juego, dominan las reglas, y entienden que la verdadera batalla no está en la ideología, sino en el acceso al poder.
A esto se suma la incorporación de Dennis Chirinos como candidato a alcalde de Tegucigalpa. Chirinos no es un político cualquiera: está emparentado con Eduardo Maldonado, propietario de HCH, el canal de noticias más influyente de Honduras. Maldonado tuvo también una aventura política allá por 2008. El único candidato a diputado exitoso de aquella planilla fue Midence Oquelí Martínez Turcios, actualmente procesado por narcotráfico en Estados Unidos. La presencia de Chirinos en la fórmula de Cálix no solo refuerza su candidatura, sino que garantiza un blindaje mediático crucial en una campaña donde la narrativa será tan importante como las alianzas.
Cálix se presenta entonces como una cara nueva, pero su equipo es el mismo que ha gobernado el Partido Liberal en las últimas décadas. Yani Rosenthal no necesita estar en la boleta; ya tiene su candidato.

Salvador Nasralla: la vieja guardia de Carlos Flores Facussé
Nasralla es el eterno forastero en la política hondureña, el candidato que ha construido su imagen en contra del sistema, denunciando corrupción y prácticas clientelistas. Pero en su intento de consolidarse dentro del Partido Liberal, ha tenido que hacer lo impensable: aceptar el respaldo de las mismas estructuras que criticó por años.
Los hermanos Marlon y Wenceslao Lara, junto con Yuri Sabas, no son meros aliados circunstanciales; son los emisarios de una de las figuras más poderosas del liberalismo: Carlos Flores Facussé, expresidente y exlíder del “Rodismo”, una de las corrientes más influyentes en la historia del PLH. Flores Facussé, quien en su momento dominó el partido con un control absoluto, ha preferido jugar desde la sombra en los últimos años, esperando el momento adecuado para reactivar sus redes de influencia.
Con el respaldo de Quintín Soriano, el polémico alcalde de Choluteca, Nasralla suma un bastión territorial clave en el sur del país. Sin embargo, el precio de estas alianzas es alto. Su discurso de lucha contra la corrupción se tambalea cuando se rodea de operadores políticos tradicionales que han navegado cómodamente entre distintos regímenes. Su reto no es solo convencer a la militancia liberal de que puede ganar, sino demostrar que sigue siendo el outsider que desafía al sistema, incluso cuando el sistema lo abraza.

Maribel Espinoza: la sombra de Roberto Micheletti
Si hay un ala del Partido Liberal que se aferra a la historia de 2009, esa es la que lidera Maribel Espinoza. La diputada, que ha intentado mantenerse al margen del debate sobre el golpe de Estado, no puede escapar a la influencia de las estructuras que la rodean. Su candidatura no está construida sobre una narrativa de renovación, sino sobre la preservación de un liberalismo conservador que aún tiene cuentas pendientes con la historia.
Su mayor aliado es José Alfredo Saavedra, el hombre que presidió el Congreso Nacional cuando Roberto Micheletti asumió la presidencia de facto tras el golpe de Estado contra Manuel Zelaya. Micheletti, originario de El Progreso, Yoro, de la misma ciudad de donde proviene Espinoza, sigue siendo una figura influyente en los círculos del liberalismo más tradicionalista, y su respaldo a Espinoza sugiere un intento de mantener viva su corriente dentro del partido.
La pregunta es si esta facción tiene el peso suficiente para competir contra las estructuras de Rosenthal y Flores Facussé, o si simplemente está jugando un papel testimonial en una contienda dominada por figuras con mayor capacidad de movilización.

Luis Zelaya: el candidato sin partido, el liberal de Libre
Y por último, Luis Zelaya es, en muchos sentidos, el candidato más atípico del Partido Liberal. Su liderazgo ha sido errático y su capacidad para consolidar una base dentro del partido ha sido casi nula. Su presidencia del CCEPL fue un desastre, marcada por la expulsión de 17 diputados, una decisión que fue revertida por el Tribunal de Justicia Electoral y que lo dejó sin aliados dentro de la estructura partidaria y con un liderazgo debilitado.
Su candidatura parece sustentarse en un apoyo externo: sectores de Libre y del melismo, que aún operan dentro del Partido Liberal y ven en él una alternativa a la hegemonía de Rosenthal y Flores Facussé. Su único respaldo dentro del Congreso es Ernesto Salomón Lezama Dávila, una figura poco conocida, lo que refuerza la percepción de que Zelaya no tiene una estructura real dentro del partido.
Más que un candidato con posibilidades, Zelaya parece un símbolo de resistencia de aquellos que, dentro del liberalismo, aún simpatizan con la visión de Manuel Zelaya. Su desafío no es solo vencer a Cálix o Nasralla, sino justificar su propia existencia política en un partido que, en gran medida, ya lo ha dejado atrás.
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A simple vista, el Partido Liberal está en un proceso de renovación. Pero cuando se observa más de cerca, el escenario es más bien un juego de sombras. Los nombres cambian, los padrinos no. Rosenthal, Flores Facussé, Micheletti y Zelaya siguen moviendo las piezas, asegurándose de que, gane quien gane, su influencia permanezca intacta.
La pregunta que queda es si el liberalismo hondureño está realmente en un proceso de transformación o si simplemente está reorganizando sus lealtades, esperando el próximo ciclo del poder.