OPINIÓN | Los herederos del nacionalismo

por Oscar Estrada |

OPINIÓN | Los herederos del nacionalismo
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La política hondureña no se mueve en líneas rectas, sino en ciclos que parecen repetirse con nuevos rostros pero con las mismas sombras detrás del telón. En la contienda por la candidatura del Partido Nacional, cuatro nombres emergen como los protagonistas de un drama que lleva décadas en escena: Ana García de Hernández, Jorge Zelaya, Tito Asfura y Roberto Martínez Lozano. Sus discursos pueden diferir, pero sus raíces se hunden en las mismas estructuras que han definido el nacionalismo hondureño desde los tiempos de Tiburcio Carías Andino. Entenderlos no es solo un ejercicio electoral, sino una inmersión en la historia de un partido que ha oscilado entre el autoritarismo, la modernización tecnocrática y el pragmatismo empresarial.

Ana García de Hernández no es solo la esposa del expresidente Juan Orlando Hernández, sino la heredera  del caríismo, un modelo de poder centralizado que, a pesar de los años, sigue vigente en las bases más tradicionales del Partido Nacional. Su candidatura no se trata solo de un intento de reivindicar a su esposo, ahora condenado en Estados Unidos, sino de mantener intacta la estructura que él consolidó a lo largo de su mandato. Su discurso de orden, estabilidad y defensa de la soberanía resuena en sectores que aún ven en el partido la garantía de control absoluto del Estado. Pero su desafío es enorme: la sombra de JOH no solo es su activo político, sino también su mayor debilidad.

En otro extremo del partido, Jorge Zelaya se posiciona como el candidato de la renovación, aunque esa palabra en el Partido Nacional puede ser engañosa. Su trayectoria en el periodismo y en el Congreso lo han dotado de un estilo más conciliador, alejado de los tintes autoritarios que han caracterizado al partido en el pasado. Su verdadero referente es el expresidente Ricardo Maduro, cuya presidencia marcó un intento de modernizar el nacionalismo con un enfoque tecnocrático, y su padrino fue el excandidato a la presidencia Osvaldo Ramos Soto, con quien mantuvo una estrecha amistad. Su base no es clientelar, sino empresarial y parlamentaria, y su discurso apela a la transparencia y la eficiencia. Sin embargo, en un partido donde el poder se cimenta sobre redes de lealtades inquebrantables, la pregunta es si su proyecto de renovación tiene cabida.

Tito Asfura, por su parte, representa el pragmatismo de la gestión municipal. Su fortaleza no radica en el discurso ni en la ideología, sino en la imagen de constructor que lo ha acompañado desde su paso por la alcaldía de Tegucigalpa. No es un hombre de partido en el sentido tradicional, pero sí de estructuras. Su vínculo con el melgarismo, la corriente que emergió con el general Juan Alberto Melgar Castro y que luego tomó forma bajo Nora Gúnera de Melgar y Miguel Pastor, le ha permitido construir una base sólida entre sectores empresariales y urbanos del Distrito Central que ven en él una figura de estabilidad sin mayores confrontaciones ideológicas. Si en tiempos de Carías, los burócratas eran los encargados de materializar las visiones del caudillo, en la política moderna Asfura juega ese papel sin necesidad de un caudillo al mando.

Roberto Martínez Lozano recibió la candidatura luego de la renuncia de Carlos Urbiso Solís; es la última chispa del callejismo, la facción que bajo Rafael Leonardo Callejas promovió el neoliberalismo en el Partido Nacional. Su candidatura es un intento de mantener con vida una corriente que perdió fuerza con la desaparición de su líder, pero su historial en la Empresa Nacional de Energía Eléctrica (ENEE) ha hecho de su imagen un arma de doble filo. Representa el modelo de privatización y apertura económica que Callejas intentó consolidar, pero que nunca terminó de asentarse por completo en Honduras. Su base política es limitada y su discurso carece del respaldo popular que tienen otros contendientes, lo que lo deja en una posición vulnerable dentro de la contienda interna.

Más que una simple elección, la disputa en el Partido Nacional es una batalla entre modelos de país. Ana García representa la continuidad del nacionalismo autoritario; Jorge Zelaya, el intento de renovación parlamentaria; Tito Asfura, el pragmatismo de la gestión; y Roberto Martínez Lozano, la nostalgia por un neoliberalismo inconcluso. Ninguno de ellos es una figura aislada; todos son piezas de un tablero que se ha movido con las mismas reglas desde hace casi un siglo.

La verdadera pregunta no es quién ganará la candidatura, sino qué significará su victoria para el Partido Nacional y para Honduras. ¿Seguirá el partido atrapado en su pasado o encontrará en la modernización su única vía de supervivencia? La respuesta, como siempre en la política hondureña, dependerá de las sombras que se muevan detrás del escenario.

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