Opinión | ¿Cuántos indios leerán esto?
por Yanivis Izaguirre |

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Tegucigalpa, Honduras. El peso de las palabras en la política hondureña: el caso de Salvador Nasralla y la campaña “Yo también soy indio” merece un espacio de análisis desde el punto de vista reputacional.
En el fragor de la contienda electoral, las palabras no son solo expresiones pasajeras; son símbolos de poder, identidad y, en muchos casos, exclusión.
El origen…
Recientemente, Salvador Nasralla, virtual candidato presidencial del Partido Liberal (hasta que haya una declaratoria oficial el 8 de abril), avivó la controversia al referirse al expresidente y coordinador de Libertad y Refundación (Libre), Manuel “Mel” Zelaya, como “un indio” y enfatizar su falta de educación universitaria.
Estas declaraciones han desatado una ola de críticas y respuestas contundentes desde distintos sectores de la sociedad hondureña, incluyendo una fuerte reacción del oficialismo con la campaña “Yo también soy indio”, que evoca figuras emblemáticas como Lempira, Berta Cáceres y Cicumba.
Más allá de la disputa entre líderes políticos, este episodio pone en evidencia un problema más profundo en Honduras: el racismo estructural y la discriminación que persisten en el discurso público.
Que una figura política de la talla de Nasralla utilice “indio” en tono despectivo no es solo un ataque personal a Zelaya, sino una reproducción de una mentalidad que históricamente ha marginado a los pueblos indígenas y afrodescendientes en el país. No se trata únicamente de una palabra, sino del peso cultural e histórico que esta lleva consigo.
La reacción…
El oficialismo, por su parte, ha aprovechado la controversia para consolidar su discurso de reivindicación de los sectores históricamente excluidos.
Con el lema “Yo también soy indio”, buscan convertir el insulto en un símbolo de orgullo y resistencia, recordando a figuras como Berta Cáceres, asesinada por su lucha ambientalista y en defensa de los derechos indígenas. Sin embargo, cabe preguntarse si este discurso de reivindicación es una postura genuina o simplemente una estrategia política para capitalizar el error de Nasralla.
El verdadero problema…
Más allá del debate electoral, este episodio debería llevarnos a una reflexión colectiva: ¿hasta qué punto los prejuicios de clase y raza siguen moldeando la política hondureña? ¿Es posible construir un país donde la identidad indígena no sea utilizada como insulto, sino como un pilar de nuestra identidad nacional?
La indignación frente a las declaraciones de Nasralla es válida, pero debería ir acompañada de un compromiso real por transformar la manera en que concebimos el poder y la representación en Honduras.
Al final, el reto no es solo condenar el uso de un término peyorativo en campaña, sino erradicar la mentalidad que lo sostiene. La verdadera transformación llegará cuando “indio” deje de ser un insulto y se convierta en un reflejo de la diversidad, la historia y la riqueza cultural que conforman la identidad hondureña.
Alcance…
Además de la campaña oficialista que reaccionó a las supuestas declaraciones, la palabra “indio” se viralizó en redes sociales. Solo en X, a las 6:49 de la tarde del jueves 13 de marzo tenía más de 10.2 mil publicaciones, posicionándose en el tercer lugar de tendencias en Honduras; mientas que “Manuel Zelaya” se ubicaba en el sexto lugar.
Fe de errata…
La velocidad con la que se propaga una información polémica no es la misma ni tiene igual alcance que la aclaración o fe de erratas.
Luego de las reacciones mencionadas y la indignación colectiva, se aclaró que Salvador Nasralla no usó el término “indio”, sino “picarillo” y “bachiller”. Tampoco es que sea correcto referirse despectivamente a los bachilleres, sin embargo, no fue precisamente este el término de la discordia, lo que se viralizó fue el error (y casi siempre pasa así).
Ahora sí, la reputación…
Titulé este artículo ¿Cuántos indios leerán esto? Y es que, como ya lo mencioné, llega mucho más rápido la desinformación que la aclaración.
Salvador Nasralla es una marca. Día a día se tiene un consumidor (elector) más exigente y con conocimiento pleno de las situaciones negativas que aquejan a su comunidad (censo); ahora son las empresas (candidatos) las que son juzgadas por la coherencia de sus acciones y la transparencia de su compromiso social (propuestas de campaña y discurso público).
Viéndolo así, la búsqueda de valor añadido a través de nuevos compromisos acordes con los del consumidor y la búsqueda de atributos éticos a los productos (políticos) dará una ventaja competitiva a las empresas que realicen un posicionamiento basado en los valores de las personas.
Entonces, el creer que un líder político pueda referirse a los indios (asunto ya aclarado) y a los bachilleres (asunto confirmado) de forma peyorativa no agrega valor, pues esos bachilleres también están censados y escogerán a sus próximas autoridades.
Los políticos, así como las marcas, no pueden perder de vista los tipos de comunicación y cómo estos se interrelacionan con la responsabilidad social.
Dado el caso, la comunicación genérica, que significa: “digo lo que hago” ya no es suficiente; se requiere decir todo lo que se hace enfocado en sus grupos estratégicos (electores) y, más aún, decir todo lo que se hace, de forma veraz y coherente, sin discriminar a sus públicos de interés.
Este “incidente” le ocasionará a Nasralla un impacto negativo a su imagen. Tanto a nivel de corporaciones como en marcas personales, la mala reputación viene de la mano de la pérdida de competitividad (opción para el votante) e insatisfacción de sus clientes (electores), lo que podría reflejarse en un descontento en la popularidad.
La identidad de la marca se construye día a día y de manera participativa con toda la comunidad que existe en torno a ella.
Nasralla debe preguntarse qué repercusión inmediata está teniendo la crítica. Un mensaje de queja puede quedarse en eso o transformarse en algo mucho más grande.
Según su naturaleza, puede provocar en los receptores una solidaridad que les haga replicar el mensaje (por ejemplo, la campaña #YoTambiénSoyIndio).
Si eso ocurre, entramos en una nueva dimensión, pues ya no solo debemos valorar la reputación y el mensaje del emisor original, sino que ahora hay que analizar esos aspectos de los replicantes.
Debemos ser capaces de seguir el recorrido del mensaje en esa viralidad y esforzarnos en detenerlo o enmendarlo a tiempo.
Lo que todos debemos saber es que lleva años construir una reputación positiva, pero bastan con unos segundos para destruirla.
¿Cuántas personas verán la aclaración? ¿Cuántas cambiarán su percepción? ¿Cuántas leyeron hasta el final de este artículo en donde se aclara que él no se refirió al expresidente como indio, pero sí como bachiller? ¿Cuántos indios y bachilleres votaremos en las próximas elecciones de noviembre de 2025?
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