Luigi Mangione recibe más atención mediatica que su supuesta víctima
por Oscar Estrada |

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Cuando Luigi Mangione, un joven ingeniero de datos de 26 años, fue detenido en un McDonald’s en Pensilvania con un arma artesanal y un manifiesto contra la industria aseguradora, el caso parecía otro episodio aislado de violencia en Estados Unidos.
Sin embargo, a medida que emergen detalles sobre su perfil —un brillante estudiante sin antecedentes penales, convertido en presunto asesino de Brian Thompson, CEO de UnitedHealthcare—, una realidad más compleja comienza a delinearse.
El ataque ha suscitado un paralelo inquietante con la tradición anarquista de finales del siglo XIX conocida como “propaganda por la acción”, una táctica acuñada por figuras como Paul Brousse y teorizada por Errico Malatesta.
La “propaganda por la acción” surgió en Europa a finales del siglo XIX como una respuesta desesperada a las condiciones de explotación de la clase trabajadora y la creciente concentración del poder en manos de industriales y políticos.
En la mente de sus defensores, los atentados y asesinatos selectivos funcionaban como actos ejemplarizantes, destinados a sacudir a las masas y exponer la naturaleza injusta del sistema económico y social.
Otro casos similares
Figuras como Émile Henry y Ravachol llevaron a cabo ataques contra símbolos del poder burgués, desde bancos hasta cafés frecuentados por la élite. Para aquellos anarquistas, esos actos violentos no eran simples crímenes, sino gestos calculados destinados a inspirar a las masas y exponer la injusticia del sistema.
Aunque estos actos no generaron revoluciones, sí sembraron el pánico entre las clases dominantes y evidenciaron el malestar social. Hoy, en un mundo polarizado y enrarecido por las inequidades económicas, el caso Mangione revive preguntas sobre el malestar social que crece silenciosamente en las sombras del poder corporativo.
Estados Unidos ha entrado en un nuevo capítulo que, para muchos, se asemeja a la «Gilded Age» del siglo XIX: una época marcada por la concentración de la riqueza y la captura del aparato político por una élite corporativa.
Donald Trump, ha conformado un gabinete compuesto por multimillonarios y CEO de grandes empresas, exacerbando estas tensiones.
Rex Tillerson (ExxonMobil), Steve Mnuchin (Goldman Sachs), y otros nombres que parecían extraídos de listas de Forbes, han sido nominados para ocupar posiciones clave en la nueva administración de Trump, un fenómeno que para críticos representa la fusión del poder público con el interés privado.
En este contexto, las grandes corporaciones no solo controlan el mercado, sino también la narrativa política.
A medida que crecen los costos del seguro médico, los alquileres y la educación, una parte de la población estadounidense percibe a los CEO no como arquitectos del progreso, sino como símbolos de un sistema diseñado para beneficiar a unos pocos (ellos) a costa de muchos (nosotros).
Mangione, en su manifiesto —un documento todavía no divulgado en su totalidad—, arremete contra estas estructuras.
“Estos parásitos lo tenían merecido”, escribió, según fuentes cercanas al caso. Si bien su ataque fue individual, la reacción a su figura revela una corriente de simpatía más amplia.
Movimientos en redes sociales
En redes sociales, hashtags como #JusticeForMangione o #FreeLuigi y foros donde se cuestiona la ética de las grandes aseguradoras han convertido su caso en un símbolo de resistencia, aunque sea desde la desesperación.
El asesinato de Brian Thompson ocurrido la semana pasada ha provocado una reacción inmediata entre la élite empresarial. En cuestión de días, varios CEO eliminaron sus perfiles en redes sociales, retirándose a una especie de anonimato digital en un intento por reducir su visibilidad pública.
La medida no es solo un reflejo de precaución, sino también una admisión silenciosa de la creciente percepción de vulnerabilidad que enfrentan las élites corporativas. El poder económico ya no garantiza inmunidad en un mundo donde las tensiones sociales alcanzan niveles críticos.
El fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos. En Europa y América Latina, la percepción de que las grandes corporaciones conspiran contra el bienestar ciudadano ha generado movimientos similares.
Las huelgas generalizadas, los movimientos anticapitalistas y las protestas contra la desigualdad son síntomas de un malestar global.
Mangione no es un pionero, pero su caso refleja un hilo conductor: cuando el sistema no ofrece salidas, la frustración se traduce en actos impredecibles.
Una alerta
El asesinato del CEO de UnitedHealthcare no es un acto aislado. Representa un síntoma, un aviso de las tensiones subterráneas que recorren la sociedad contemporánea. Luigi Mangione, con su arma artesanal y su manifiesto rabioso, nos obliga a mirar de cerca las grietas de su estructura económica.
El peligro, sin embargo, no radica solo en posibles actos similares, sino en la falta de respuestas políticas y económicas.
Si bien el acto de Mangione no debe ser glorificado, su surgimiento como símbolo revela una verdad incómoda: en ausencia de justicia económica, algunos individuos optarán por imponer su propia justicia, por violenta que sea.
Mientras las élites corporativas redoblan sus medidas de seguridad y buscan proteger su anonimato, una pregunta persiste: ¿cuánto tiempo puede sostenerse un sistema que, para millones de personas, parece diseñado para aplastarlos?
Mangione será juzgado por la ley, su imagen será vilipendiada buscando restarle fuerza a la imagen de justiciero que comienza a surgir entre los grupos radicales de izquierda, pero la verdadera sentencia caerá sobre una sociedad que no supo escuchar las advertencias a tiempo.