Los diputados bisagra que pueden definir el rumbo del Congreso Nacional
TEGUCIGALPA.- El nuevo Congreso Nacional de Honduras se encamina a instalarse bajo una condición que marcará todo el próximo período: ningún partido tendrá mayoría propia. Los números que arroja el escrutinio especial tras las elecciones del 30 de noviembre confirman un Legislativo fragmentado, donde el poder no estará en una sola bancada, sino en los votos que permiten completar —o bloquear— las mayorías.
Según el conteo preliminar, el Partido Nacional alcanza 46 diputados, el Partido Liberal suma 44, mientras que Libre se queda con 35 curules. A ese tablero se agregan dos diputados de partidos minoritarios —uno del PINU-SD y uno de la Democracia Cristiana— que, aunque numéricamente pequeños, adquieren relevancia en un escenario sin mayorías absolutas.
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La aritmética legislativa es clara. Para aprobar leyes ordinarias se requieren 65 votos; para reformas constitucionales o decisiones de alto impacto, el umbral sube a 86. Ninguna bancada, por sí sola, se acerca a esas cifras. Y es ahí donde aparece el concepto clave de este Congreso: la bisagra.
En términos políticos, un voto bisagra no es necesariamente el más visible ni el más votado, sino el que permite cruzar el umbral decisivo. Con los números actuales, cualquier bloque que aspire a gobernar necesita sumar apoyos externos, y esas sumas son frágiles, cambiantes y altamente negociables.
Alianzas en el Congreso Nacional
Por ejemplo, una alianza entre Nacional y Liberal alcanzaría 90 votos, suficientes incluso para mayorías calificadas. Sin embargo, esa mayoría depende de que ninguno de los dos bloques se fracture, algo que no puede darse por garantizado en un Congreso tan diverso. Bastaría que cinco o seis diputados se desmarquen para que esa mayoría se derrumbe.
En otro escenario, una alianza entre Nacional y Libre llegaría a 81 votos, suficientes para leyes ordinarias, pero insuficientes para reformas constitucionales. En ese caso, el bloque necesitaría buscar apoyos adicionales, convirtiendo a sectores liberales o incluso a los partidos minoritarios en actores determinantes.
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Lo mismo ocurre si Liberal y Libre intentan avanzar juntos: suman 79 votos, suficientes para gobernar en lo cotidiano, pero no para decisiones estructurales. En ese punto, el Partido Nacional —o incluso un pequeño grupo de diputados— se convierte en la llave que define si una iniciativa prospera o se estanca.

Este equilibrio inestable explica por qué, en el próximo Congreso, no todos los votos valdrán lo mismo en términos políticos, aunque formalmente cada diputado tenga un voto idéntico. Habrá curules que, por su ubicación dentro del tablero, serán decisivas para inclinar cualquier votación cerrada.
Incluso los dos diputados de partidos minoritarios, que apenas suman dos curules, adquieren un peso específico en escenarios donde cada voto cuenta. En mayorías ajustadas, uno o dos votos pueden marcar la diferencia entre aprobar una ley o enviarla al archivo.
Así, el Congreso que se perfila no será uno de imposiciones, sino de negociaciones permanentes, donde el poder real estará menos en el tamaño de las bancadas y más en la capacidad de articular acuerdos. La figura del “diputado bisagra” no será la excepción, sino la regla.
Mientras el escrutinio especial continúa y el país espera la declaratoria final, una cosa ya es evidente: el próximo Congreso no tendrá dueños, y cada votación será una prueba de equilibrio, presión y cálculo político.