OPINIÓN | Palmerola: soberanía en disputa y el legado de una base militar
por Oscar Estrada |
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En la sala de mi casa, cuando niño, mi madre solía hablar sobre la visión que compartía con otras mujeres: soñaban con un país soberano, libre de la presencia militar extranjera que, según ellas, perpetuaba el sometimiento de Honduras a intereses imperiales.
Ella fue una de las fundadoras del Movimiento de Mujeres por la Paz Visitación Padilla, que nació en los años 80 en medio de un contexto político marcado por la Guerra Fría y la creciente influencia militar de EE. UU. en Centroamérica.
La base militar de Palmerola, establecida en 1981, era un símbolo de esa intervención. Se entendía como una pieza clave en la estrategia de la administración Reagan para frenar los procesos revolucionarios en Nicaragua, Guatemala y El Salvador. Desde mis ojos infantiles, Palmerola era algo que debía desaparecer: una sombra imperialista que ocupaba el corazón de mi país.
Hoy, más de cuatro décadas después, esa base sigue siendo un punto neurálgico en las relaciones entre Honduras y EE. UU., pero con significados e implicaciones distintas.
En su discurso de inicio de año, la presidenta Xiomara Castro retomó este tema histórico con una propuesta audaz: la posibilidad de revisar o incluso terminar el Convenio Bilateral de Ayuda Militar de 1954, que sustenta la presencia militar estadounidense en Palmerola.
Esta declaración no fue gratuita. Castro la vinculó a una amenaza directa: si Estados Unidos lleva a cabo deportaciones masivas de migrantes hondureños, Honduras reconsideraría el uso de su territorio para operaciones militares extranjeras. La postura de Castro ha provocado un debate encendido que va más allá de la soberanía nacional y se adentra en las complejas dinámicas de poder en la región.
El contexto en el que la presidenta emitió estas declaraciones es significativo. La tensión entre EE. UU. y países como Venezuela y Nicaragua ha aumentado en los últimos meses, y Palmerola sigue siendo una pieza clave en la estrategia estadounidense en Latinoamérica.
Durante la Guerra Fría, esta base fue utilizada para entrenar y apoyar a la Contra en Nicaragua, y para consolidar una red de influencia militar en la región.
Aunque la amenaza comunista ya no domina el discurso, Palmerola ha evolucionado para convertirse en un centro de operaciones contra el narcotráfico y una plataforma logística en caso de crisis regionales.
De desencadenarse una crisis en Nicaragua o Venezuela, Palmerola podría servir nuevamente como una herramienta para proyectar poder militar estadounidense en la región. Esto plantea preguntas fundamentales: ¿Hasta qué punto Honduras está dispuesta a seguir facilitando estas operaciones? ¿Qué implica para un gobierno como el de Castro, que se posiciona en una línea ideológica cercana a estos países, permitir que su territorio sea utilizado para fines que podrían ir en contra de sus aliados regionales?
Las reacciones al discurso de Castro han sido polarizadas. Por un lado, sectores de la oposición han criticado la postura de la presidenta, calificándola de “chantaje ideológico” y de poner en riesgo la relación con Estados Unidos.
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Jorge Cálix, líder del Partido Liberal, señaló que esta medida podría interpretarse como una declaración de guerra económica y política contra el principal aliado comercial de Honduras. Desde el sector empresarial, Eduardo Facussé tachó la postura como “populista” y alejada de la realidad de la dependencia económica del país hacia EE. UU.
Sin embargo, también hubo voces que respaldaron la posibilidad de un replanteamiento de las relaciones bilaterales.
Desde movimientos sociales y organizaciones de izquierda, se ha celebrado el discurso de Castro como un acto de afirmación soberana, un eco de las luchas históricas lideradas por figuras como Gladis Lanza.
Para estos sectores, revisar el papel de Palmerola no solo es una cuestión de justicia histórica, sino también una oportunidad para reimaginar un modelo de cooperación que no dependa de la subordinación militar.
El futuro de Palmerola está lejos de ser claro. Si bien la presidenta Castro ha planteado escenarios que incluyen su desmantelamiento, las implicaciones de una medida tan drástica son profundas.
EE. UU. no solo perdería un punto estratégico clave, sino que también se enfrentaría a un desafío diplomático en una región donde su influencia ha ido disminuyendo frente a actores como China y Rusia.
Por otro lado, Honduras debería enfrentar las consecuencias económicas y políticas de una ruptura con su principal socio comercial y estratégico.
Al cerrar este artículo, no puedo evitar recordar las reuniones de mi madre con las mujeres de Visitación Padilla, hablando de soberanía y resistencia.
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Aunque los contextos han cambiado, las preguntas siguen siendo las mismas: ¿Qué significa ser un país soberano en un mundo interconectado? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a redefinir nuestras relaciones internacionales para defender nuestros principios?
La historia de Palmerola, desde su fundación hasta su posible clausura, es también la historia de Honduras buscando su lugar en el mundo, una lucha que, como entonces, está lejos de haber terminado.