OPINIÓN | Tres presidentes, una silla
La elección más cerrada —y peligrosa— en la historia democrática de Honduras
Las señales de alerta ya están en la mesa. Tres encuestas distintas —una publicada por Paradigma, otra por Opinómetro y una tercera, divulgada un mes antes por TResearch International— ofrecen tres retratos completamente dispares de la intención de voto en Honduras, pero convergen en un punto peligroso: la ausencia de un ganador claro, el estrecho margen entre los principales candidatos, y una estructura institucional demasiado debilitada como para sostener con legitimidad el desenlace.
En marzo de 2025, el país celebró elecciones primarias. Votó el 42% del padrón, equivalente a unos 2.39 millones de hondureños. Esos son los votos duros, movilizados por la maquinaria de cada partido. Los resultados fueron los siguientes:
Nasry “Tito” Asfura (Partido Nacional): 825,000 votos
Rixi Moncada (Libre): 727,000 votos
Salvador Nasralla (Partido Liberal): 657,000 votos
Esos números —que suman a todas las corrientes internas de cada partido— constituyen nuestro punto de partida para el análisis de las elecciones de noviembre.
En condiciones normales, estas cifras serían apenas la antesala de una elección tradicional. Pero Honduras ya no vive en condiciones normales. El 58% restante del padrón no participó en primarias. De ese grupo, una fracción importante —aproximadamente 1.25 millones de personas, según proyecciones de participación histórica— se espera que vote en noviembre. Ese universo es el llamado “voto independiente”, y es allí donde se definirá la presidencia.
Para entender el peso de ese voto flotante, he aplicado distintos modelos de proyección que cruzan los resultados de las primarias con la distribución probable del voto total estimado por encuestas. Aquí es donde el relato se convierte en herramienta de poder.

1. Paradigma
Paradigma publicó su estudio a mediados de mayo. En él, Nasralla lidera con 25.6% de intención de voto, seguido por Asfura con 21.2% y Rixi Moncada con 11.3%. Al proyectar esos porcentajes sobre los 3.66 millones de votantes esperados en noviembre, se obtiene:
Nasralla: 1,612,668 votos
Asfura: 1,335,491 votos
Rixi: 711,842 votos
Ahora bien, si restamos el voto duro obtenido en primarias (asumiendo acá que son datos reales y no inflados por cada partido) lo que queda como posible voto independiente captado por cada uno es:
Nasralla: 1,612,668 – 657,000 = +955,668 votos
Asfura: 1,335,491 – 825,000 = +510,491 votos
Rixi: 711,842 – 727,000 = –15,158 votos
Este resultado no solo muestra que Nasralla capta la mayor proporción de voto independiente, sino que Rixi Moncada aparece, según esta proyección, con menos votos totales que los que ya obtuvo en primarias. Esto revela una profunda contradicción: la encuesta estaría proyectando para ella una pérdida neta, lo que no solo es improbable, sino que señala un problema metodológico o una muestra desalineada con la realidad electoral.
Lo que queda claro es que Paradigma no mide de forma diferenciada el voto independiente, sino que presenta un número general sin explicar cómo se distribuye entre quienes ya votaron en marzo y quienes se sumarán en noviembre. Esa opacidad metodológica impide comprender con precisión cómo evolucionan las adhesiones.

2. Opinómetro
Frente al golpe que representó la encuesta de Paradigma para el oficialismo, Libre reaccionó con rapidez. Apenas unos días después, promovió una encuesta propia, publicada por una firma sin trayectoria conocida: Opinómetro. En ella, Rixi Moncada aparece a la cabeza con 35.93%, seguida por Nasralla con 20.25% y Asfura con 16.93%.
Al proyectar esos porcentajes sobre el universo de 3.66 millones de votantes esperados en noviembre, los resultados serían:
Rixi Moncada: 1,798,712 votos
Salvador Nasralla: 1,013,746 votos
Nasry Asfura: 847,542 votos
Restando los votos obtenidos en primarias —el llamado “voto duro”— se obtiene el crecimiento estimado entre votantes independientes o no movilizados en marzo:
Rixi Moncada: 1,798,712 – 727,000 = +1,071,712 votos nuevos
Nasralla: 1,013,746 – 657,000 = +356,746 votos nuevos
Asfura: 847,542 – 825,000 = +22,542 votos nuevos
Este resultado plantea una narrativa interesante: según Opinómetro, Rixi Moncada no solo retiene el voto duro de Libre, sino que moviliza más de un millón de nuevos votantes a su favor. Es una afirmación extraordinaria (y poco realista). Sobre todo si se considera que, históricamente, el voto independiente en Honduras tiende a castigar al partido en el poder. En las elecciones anteriores, ha favorecido a figuras percibidas como opositoras, reformistas o ajenas al establishment.
Opinómetro no acompaña su estudio con ficha técnica verificable ni desglosa su muestra. No explica si midió solo a votantes decididos, ni cómo separó intención de voto entre quienes participaron en primarias y quienes no. Su objetivo parece menos estadístico que político: instalar la percepción de una victoria irreversible de Libre, consolidar la narrativa de que Rixi ya ganó y disuadir la competencia, apelando al “efecto carro ganador”.
El dato —sin verificación metodológica— debe ser tomado con cautela. Pero su utilidad política es evidente: en una elección aún abierta, la percepción puede inclinar voluntades antes que el sufragio. Esta encuesta no mide una victoria. La proyecta. Y, sobre todo, la proclama por anticipado.

3. TResearch International (El Economista)
Un mes antes del estudio de Paradigma, la encuestadora TResearch International difundió un sondeo en El Economista, medio mexicano que ha sido utilizado recurrentemente para amplificar narrativas favorables al oficialismo fuera del escrutinio nacional. La encuesta fue promovida sin mayor eco en Honduras y sin acompañarse de una ficha técnica completa que permita verificar la validez local del ejercicio.
En el estudio, Rixi Moncada aparece liderando con un 45.6% de intención de voto, seguida por Salvador Nasralla con 27.0% y Nasry Asfura con 24.3%. A partir de estos porcentajes, proyectados sobre el universo estimado de 3.66 millones de votos esperados en noviembre, el resultado sería el siguiente:
Rixi Moncada: 1,671,360 votos
Salvador Nasralla: 988,200 votos
Nasry Asfura: 890,580 votos
Cuando se compara esta proyección con los votos obtenidos por cada candidato en las elecciones primarias de marzo —el llamado “voto duro”—, la lectura se vuelve más reveladora:
Rixi Moncada: 1,671,360 – 727,000 = +944,360 votos nuevos
Salvador Nasralla: 988,200 – 657,000 = +331,200 votos nuevos
Nasry Asfura: 890,580 – 825,000 = +65,580 votos nuevos
Es decir, según esta medición, Rixi Moncada estaría capturando por sí sola tres de cada cuatro votos del electorado independiente. Se trataría de un vuelco radical en la conducta electoral de ese segmento, que históricamente se ha mostrado escéptico ante el oficialismo y con tendencia a castigar a los gobiernos en funciones.
El problema no es solo la magnitud del salto. Es también la falta de explicaciones metodológicas: TResearch no aclara si la medición fue espontánea o inducida, cómo trató a los indecisos (que son mayoría en otras encuestas), ni qué perfil sociodemográfico tuvo la muestra. Tampoco explica cómo es posible que la candidata que obtuvo el tercer lugar en las primarias esté proyectada como la clara ganadora apenas semanas después, sin que medie un evento político significativo que lo justifique.
Todo indica que esta encuesta —como la de Opinómetro— no pretende describir la realidad, sino prefigurar un desenlace conveniente: consolidar la percepción de una victoria irreversible de Libre. Es un ejercicio simbólico, no técnico. Una pieza dentro de la maquinaria de anticipación narrativa. Porque en una elección cerrada, la imagen de triunfo puede pesar más que los votos reales.
Y esa parece ser la apuesta: convencer al electorado, a la comunidad internacional y a las instituciones del país de que todo está definido. Que lo que venga después será simplemente “ratificar” lo que las encuestas ya dijeron. Aunque esas encuestas no estén midiendo el presente, sino diseñando el guion del día después.

¿Qué nos dicen, en realidad, estas encuestas?
Que más que medir la intención de voto, las encuestas están anticipando climas políticos. Paradigma presenta un escenario donde Nasralla encabeza las preferencias, pero al proyectar esos datos sobre el total del electorado, la magnitud del voto independiente queda difusa. Opinómetro y TResearch, en cambio, construyen una narrativa donde Rixi Moncada ya ganó, sin explicar cómo logró capturar un electorado históricamente adverso al oficialismo. No ofrecen ficha técnica clara ni diferencian entre votantes nuevos y voto duro. Lo que ofrecen es una percepción de inevitabilidad.
Lo más grave no es que discrepen, sino que ninguna de las tres encuestas distingue con rigor entre voto duro y voto independiente. Al proyectar sobre todo el padrón —incluidos quienes ya votaron en primarias— confunden a la opinión pública sobre el verdadero campo de batalla: los 1.25 millones de votantes que aún no han decidido.
Y es justamente allí donde se define la elección.
Lo que se disputa hoy no es quién ganará, sino quién logra construir la percepción de que va ganando. Libre lo entendió con rapidez: si logra imponer la idea de que Rixi Moncada es la opción inevitable, podrá justificar cualquier estrategia para sostener su permanencia. No necesitan ganar el voto independiente hoy. Necesitan hacer creer que ya lo tienen.
Pero ese voto sigue libre. Aún no ha sido capturado por nadie. La batalla no está cerrada, y el resultado depende, en buena medida, de lo que cada candidato haga en los próximos cinco meses. Si Libre no logra alcanzar el volumen de voto independiente que sus encuestas anticipan —y los datos disponibles indican que aún no lo tiene— buscará compensarlo debilitando a sus adversarios, provocando fracturas, sembrando dudas, o impugnando resultados. Un resultado estrecho es lo que más les conviene: da margen para la disputa, espacio para el relato y justificación para no entregar el poder.
¿Quién decide entonces?
Aquí es donde los votos dejan de importar y comienza la disputa por la administración del resultado:
El Consejo Nacional Electoral está fracturado. Cada concejal responde a una fuerza distinta. El voto de Ana Paola Hall puede inclinar la balanza, pero difícilmente lo hará en contra del oficialismo. ¿O sí?
La Corte Suprema de Justicia, controlada por Libre, tiene el poder de suspender o acelerar recursos según le convenga. Allí hay que poner especial atención en la sala de lo Constitucional, dirigida en este momento por un magistrado de filiación nacionalista. En tiempos recientes se ha insinuado un posible requerimiento fiscal en su contra por temas viejos, si es removido, podría significar un paso para ejercer el control de la sala en favor de impulsar la narrativa oficialista en noviembre.
El Ministerio Público, bajo dominio del Ejecutivo, puede judicializar protestas o criminalizar opositores tanto para desmotivar el voto independiente en las elecciones como para reducir cualquier expresión de descontento postelectoral.
El Congreso Nacional, sin mayoría clara, no tiene margen para arbitrar un conflicto poselectoral. Lo más probable es que permanezca inactivo durante todo el conflicto.
Y el Ejecutivo, desde Casa Presidencial, que administra el relato. Nombrará al ganador en tiempo real, adelantándose a cualquier auditoría del escrutinio.
Esa es la lección silenciosa que se impone con estas encuestas. En un escenario tan estrecho y tan polarizado, la percepción vale más que la matemática. Las encuestas, entonces, no solo informan: preparan el terreno para futuro, moldean expectativas, legitiman la imposición.
Honduras se encamina hacia una elección sin árbitros confiables, con tres candidatos fuertes y un sistema institucional dispuesto a ser parte, no juez. Todos tienen razones para declararse ganadores. Pero solo uno logrará sentarse en la silla.
Y no será necesariamente el que tenga más votos.
Será el que tenga más poder para hacer que sus votos cuenten.
Porque en noviembre, la victoria no se ganará. Se impondrá.