(Foto: ICN Digital / Leonel Estrada)

La mediatización transforma la percepción pública de la justicia. Los casos se presentan a menudo de manera sensacionalista, priorizando el entretenimiento sobre la precisión y el análisis profundo.

Todos tenemos miedo a los tribunales. El Estado es un Leviatán que supera nuestras fuerzas. Incluso cuando la suerte nos permite disfrutar de privilegios, la espada de Damocles pende siempre sobre nuestras cabezas. Usted podrá creerse ahora a salvo: “Quien nada debe nada teme”, dirá. Desconoce que para ese monstruo no importa si se hace o no se hace, si se es o no culpable. Basta que la suerte lo “premie”, como en La lotería de Babel (un cuento de Borges) donde igual puede salirse ganador, con el mismo boleto, de una fortuna o de la pena capital.

Esta semana le tocó la cárcel a Rocío Tábora. No niego mi amistad con ella. Yo no niego a mis amigos. La considero una gran escritora, una mujer con una extensa trayectoria profesional, más tecnócrata que política, que tuvo la “fortuna” de sumarse a un proyecto de Estado, creyendo, según alguna vez me dijo, que su experticia ayudaría a mejorar las condiciones del país. Comenzó en las Naciones Unidas, allá por los 90 y pasó luego al gobierno de Lobo como viceministra. Cuando Juan Orlando Hernández la llamó, no dudó en aceptar, “es difícil decirle que no a un presidente”. No sé si es o no culpable de lo que la acusan, quiero creer que no, por el cariño que se le guarda a los amigos, serán sus abogadas quienes deberán demostrarlo.

Pero mi propósito hoy es alertar sobre un peligro que nos involucra a todos: la mediatización de la justicia; los procesos criminales como un espectáculo público. La justicia, antes confinada a las salas de tribunales, ahora se extiende a los hogares de millones a través de la televisión, el internet y las infames redes sociales. Convertimos los casos criminales de alto perfil en dramas mediáticos, donde el individuo es despojado de toda dignidad, antes incluso de haber sido vencidos y los detalles del caso, y las personalidades involucradas captaron la atención del público. Todos tenemos un veredicto, según la versión del medio que consumamos. No hablo entonces de una cuestión de cobertura mediática sino también, de cómo esa cobertura moldea la opinión pública y potencialmente, el proceso judicial.

La mediatización transforma la percepción pública de la justicia. Los casos se presentan a menudo de manera sensacionalista, priorizando el entretenimiento sobre la precisión y el análisis profundo. Esto puede llevar a una comprensión errónea de los procesos legales, las leyes y los derechos de los acusados y las víctimas. Además, la cobertura mediática intensiva puede generar opiniones preconcebidas, afectando la imparcialidad que se espera de los jueces.

Pienso, por ejemplo, en el proceso contra Kevin Solórzano y el debate de si era o no culpable. O en el proceso contra Lena Gutiérrez, que arrastró no solo el infortunio para la procesada (que al final fue declarada inocente) sino también la desgracia para dos honorables familias, la del abogado defensor de Gutiérrez, Eduardo Montes y el joven Rigoberto Paredes Vélez, hijo de la actual Ministra de Cultura. Fue la deformación mediática de ese caso lo que creó las condiciones para que Paredes Vélez, creyéndose dueño de la justicia, acabara con la vida de un hombre que solo ejercía su trabajo como abogado defensor.

Los efectos de la mediatización pueden extenderse al propio proceso legal. Los abogados, jueces y fiscales resultan influenciados o presionados, consciente o inconscientemente, por la opinión pública y la presión mediática. Esto puede llevar a decisiones que busquen satisfacer la opinión pública en lugar de basarse estrictamente en la ley y las evidencias, comprometiendo el derecho a un juicio justo. El espectáculo mediático en torno a los recursos criminales a menudo ignora o infringe los derechos de las partes involucradas. Los acusados pueden ser juzgados y condenados en la esfera pública antes incluso de que se celebre un juicio.

Ni hablar aquí del peso político que éste caso arrastra. Pues el arresto de Tábora cae en medio de un cuestionamiento a la legalidad de la propia Fiscalía que la acusa y, que necesita espectáculos para ganar la simpatía del público, en medio de una guerra de trincheras entre políticos para quienes ella ya nada representa. 

Rocío Tábora se ve ahora frente al Leviatán herido y como Josef K., el protagonista de El Proceso de Kafka, concluye, antes de ser sentenciada: ¿De qué sirve un fallo favorable para mí sí, a través de los pasillos del Tribunal, en los oscuros corredores que yo no controlo, la condena ya viene desde el otro lado?